domingo, 28 de octubre de 2012

Las 10 cosas que amo de "10 cosas que odio de ti" (o cómo marcó mi vida adolescente) por Pata


Nota: En ninguna parte de esta película existe el ítem comida, pero pueden verla deleitando un rico pita con palta, champiñones salteados por mí –sí, por mí–, jamón y un té verde, tal como lo hice con mi amiga Coni el otro día que me invitó a conocer su plasma nuevo.

Si hay un buen recuerdo que tengo de mis tiempos escolares, es esa vez  que nos llevaron (a los dos séptimos, el A y el B) al auditorio del colegio a ver una película para rellenar la hora de clases que no tendríamos.
  
La película: “10 things I hate about you”. Un título que no prometía nada, y una carátula que sólo hacía pensar en otra-tonta-película-gringa-sobre-adolescentes-perdidos-y-sin-valores. Mas!!!! Erré en mi prejuicio.

Además de no encontrarla para nada estúpida (exceptuando los típicos elementos de la idiosincrasia juvenil yankee), cuando se apagó la tele gigante (inversión de las monjas para el Mundial del 98’) algo en nosotras había cambiado. No sé qué fue, pero supongo que Shakespeare sí que sabe. Porque su historia de amores imposibles, apuestas y desengaños,  adaptada a un género de comedia juvenil, funciona al transmitir lo inefable y mágico de las relaciones. Sea en la Padua del siglo XVI o en los pasillos de una secundaria norteamericana en los inicios del 2000.

Ahora, una generación completa después, esbozo una gran sonrisa cuando alguien me la recuerda. El sólo hecho de imaginar al delicioso Heath Ledger (Q.E.P.D.) burlando a la autoridad de Padua High School para entonar Can’t take my eyes off of you me derrite (así como a mi amiga Coni quien jamás había visto este clásico que es un must a los 13 años, e incluso a los 25).

Y me da una rabia haber ido en un colegio sin Heath Ledgers. Y los Ledgers que existían no tenían esa sensibilidad artística-romántica propia de las comedias de amor (ni de ningún otro tipo).

 Pero como la primavera, y la reciente compra a mi dealer de películas de esta maravillosa cinta, me tienen feliz y sin odios, ahora les ofrezco mi propia lista de las 10 razones por la que la amo:

1. Amo su banda sonora, sobre todo My Reputation de Joan Jett (música incidental de la serie de culto Freaks& Geeks. Sí, donde aparecía un joven James Franco).
2. Amo a Patrick Verona (sobre todo en su memorable escena muscial) y su personaje rudo-tierno que me hace creer (cada vez que la veo) en que existen guapitos no nerds, sensibles (pero no pegados como lapa) y con una espalda maravillosa como la de Ledger.
3. Amo haberme creído niño malo como Kat Stratford (exceptuando su escena de topless, recurso al cual aún no he tenido que echar mano), llegando a usar pantalones extremadamente sueltos, un peto bien apretado y el pelo escondido en un jockey a lo Muñeca Brava (que supongo que mantenía alejados a los guapitos) ¡NUNCA MÁS!
4. Amo los ojos del pequeño ser de Cameron (Joseph Gordon-Levitt) que sólo aprendió francés para conquistar a la girly girl de Bianca (Larissa Oleynik). El prototipo de mujer de la cual se enamoraban todos a los 15, y que aún se siguen enamorando sabiendo que son unas arpías.
5. Amo que esté basada en un clásico de Shakespeare (La Fierecilla Domada) al igual que la gran teleserie La Fiera.
6. Amo que la ruda de Kat (Julia Stiles) lea un poema para Verona que no rima en lo más mínimo en frente de toda la clase (Eso sí que es jugado).

7. Amo que Patrick le regale una guitarra eléctrica en vez de un anillo, a modo de reconciliación (yo caería con eso). A mí me regalaron una para mi titulación. Si sirve como comparación.
 8. Amo que sea una película que no pretenda nada más que hacerme sentir de 15 nuevamente.
9. Amo poder ver esta película mil veces seguidas sin aburrirme y hacerme feliz, así nada más.
10. Y por sobre todo amo el diálogo final:

 Patrick: Bonita, no. 
Kat: Una Fender Strat. ¿Es para mí?
Patrick: Sí. Creo que la podrás usar cuando 
empieces tu banda. 
Patrick: Tenía algo de dinero extra. Un idiota me pagó para
que saliera con una chica estupenda... 
Kat: ¿Es eso cierto? 
Patrick: Sí, pero lo estropeé todo.
Me enamoré de ella. 
Kat: ¿En serio? 
Patrick: Además, no todos los días encuentras una chica
que muestra sus pechos para salvarte del castigo. 
Kat: No puedes comprarme una guitarra
cada vez que lo estropeas, sabes. 
Patrick: Lo sé... 
Patrick: Pero todavía queda la batería,
el bajo y hasta una pandereta. 

Bonus track: Por supuesto mi escena favorita:

 “10 things I hate about you” (1999), Gil Junger
Elenco:
Heath Ledger
Julia Stiles
Joseph Gordon-Levitt
Larissa Oleynik

PD. Mientras edito esta columna, la veo de fondo para inspirarme.

viernes, 26 de octubre de 2012

Marijo y los cambios por Tere

Aclaración: El Tai, a veces amigo mio, me dijo que mis datos eran muy burgueses, por lo que de aquí en adelante daré datos de picadas del centro.

Hace dos años salí con un protoabogado, bien buenmozo y que andaba terneado (me gusta esa palabra aunque sea poco elegante). Yo aún era universitaria, tenía todo el tiempo del mundo, y él era estudiante y procurador, por lo que había que hacer magia para vernos.

El delicioso plato de mi amigo Víctor.
Solíamos ir a almorzar al “Marijo”, que no estaba en Miraflores como hoy en día, sino en la pequeña calle Máximo Humbser, muy cerca al nuevo local. La comida era sencilla, sabrosa y de escala pequeña. Siempre tenían un plato vegetariano y bien elaborado. El local era chico y atendido por sus dueños. Hoy las cosas son distintas, ampliaron la escala. Tienen muchos comensales, se demoran en atender y no tanto en traer la comida. Hay un montón de mesas y garzones.

Hace unas tres semanas (un martes de crisis, porque el lunes veo el remplazante y sólo pienso en lo que se me viene el próximo año haciendo clases) fuimos con la Gabi -de la que ya le he hablado- y Víctor, mi nuevo mejor amigo del trabajo. El tema de conversación, por supuesto era ambiente escolar, aprendizaje, vulnerabilidad (mi palabra preferida) y la clásica pregunta ¿la realidad es como la serie?

Mientras yo preguntaba todo esto, pedíamos la comida. La carta la encontré bastante enredada; hay como cinco tipos de menú dependiendo del precio y de la calidad de la comida. Ese día pedí pastel de choclo, plato único a $3000; Víctor, carne con papas fritas(venía con ensalada, jugo natural de piña azucarado y postre). Todo por $3000. Y la Gabi pidió el menú del día ($2200).Un acierto, budín de atún con puré y con los agregados antes mencionados.

Los platos llegaron rápido. Todo perfecto hasta que probé mi pastel: estaba frío,  el pollo crudo y la pastelera fría. Le faltaba horno. Como últimamente no ando tan mañosa mandé a pedir que lo pusieran en el microondas y quedó perfecto. Por supuesto que mis ojos son más grandes que mi estómago (desde pequeña que me  lo han dicho) así que me comí un tercio del pastel, pero el resto, se lo comió Víctor.

Al final la experiencia no fue como recordaba, tal vez antes cuando era estudiante mi paladar de comida era menos riguroso o también puede ser que con la adultez se fue la gracia del lugar. Me inclino más por esta segunda opción. Aunque el otro día fui a darle una segunda oportunidad y el menú no me falló.

Where? Miraflores con Máximo Humbser
When? Sólo almuerzo (entre 12:30 y 16:00 hrs.)
How much? Máximo $3000 p/p con propina.

viernes, 5 de octubre de 2012

No me gusta cocinar para mí, por Tere


La última vez que terminé una relación larga, me di cuenta que no quería cocinar. Además de que me importó muy poco la comida, no tenía ganas. Eso era muy extraño. Cocino desde los 8 años.  

Mi abuela me regaló un libro de cocina que se llamaba Empezando a cocinar. Con mi hermano hacíamos comidas románticas para mis papás. Siempre me he metido en la comida de los cumpleaños y celebraciones de mi casa, y de mis amistades, y sólo me gusta el Año Nuevo cuando me toca cocinar a mí, y estoy encerrada en la cocina. Si lo pienso bien, nunca hasta ese momento había dejado de cocinar. Un tiempo después, cuando empecé a vivir sola, me puse a pensar que la causa de esto es que me cuesta mucho cocinar para mí sola. Creo que la comida es un espacio para compartir, conversar, de querer y de estar en grupo.Estuve un par de meses en ese estado de odio a la cocina y me di cuenta que estaba mejor cuando volví a ella. Mi regreso fue con una pizza. Una de las cosas que solía cocinar para todos.Y hoy escribo esto porque el sábado pasado mis amigos vinieron a comer a mi casa precisamente la receta que me sacó de mi tiempo fuera de la cocina. La receta de la masa mi pizza es muy fácil. Son seis tazas de harina sin polvo, media de aceite oliva, dos tazas de agua tibia, una cucharada de azúcar, una cucharada de té de sal y dos de levadura (si quieren ponen una y media para una masa muy fina y tres para una gruesa).Esa es la base. A veces le agrego orégano; otras, ají (como el pedazo que le tocó el sábado a la Sofí). A veces cebollín, depende de lo que uno quiera.
La pizza antes de ser devorada por mis amigos.
¿Cómo lo hago? También es simple, pero toma su tiempo. Primero, en un bol mezclo la harina con el agua tibia y el aceite, y agrego el azúcar, la sal, y la levadura. Acá agrego los ingredientes extra. Amaso con las manos hasta que la masa no se pegue, mientras voy agregando más harina. Luego, formo una pelota grande con cuidado de que no esté partida ni que tenga pliegues. A esta masa le pongo un paño encima y la dejo reposar 30 minutos en un lugar caluroso.Tras la media hora, parto la masa en cuatro, y formo cuatro pelotas nuevas. Esto debe reposar 20 minutos más. Prendo el horno para precalentarlo y en una mesa hecho harina. Aplano la masa con las manos y luego con un uslero  le doy forma de un rectángulo controlando el grosor. La voy dando vueltas para que no se pegue en la mesa y le agrego más harina. Luego la pongo en la lata del horno y con un tenedor la pincho. La masa debe estar pre cocida. Hago lo mismo con las tres masas restantes.En cuanto al relleno a mí me gusta hacer la salsa de tomates, entonces tomo dos tarros de tomate natural y vierto su contenido en una olla con sal, aceite oliva y albahaca, calentando a fuego lento sobre un tostador. Esto lo hago antes de hacer la masa. Al final si no se ha disuelto el tomate, destapo la olla, los aplasto con una cuchara de palo y lo pongo a fuego fuerte para que se evapore el agua. En verano prefiero hacerlo con tomate de la feria.El queso me gusta comprarlo en el supermercado, cualquiera que sea mantecoso, y lo rallo en mi casa (no me gustan esos quesos que vienen rallados y calculo más o menos 300 gramos por pizza)El sábado hice de varios tipos, pero mi preferida es la de roquefort y cebolla. Lo que hago es tomar la masa pre cocida, la pongo en la lata de horno, le agrego salsa de tomates (poco para que no se ablande la masa), luego el queso mantecoso en abundancia, luego roquefort en exceso que voy moliendo con las manos y cebolla morada que está frita desde antes. Eso lo meto unos ocho minutos, y listo.Finalmente como para concluir, que rico es comer en compañía. Yo creo que no me gusta cocinar sola, porque no me gusta comer sola y tengo amigas que hoy día me acompañan.



miércoles, 3 de octubre de 2012

Montañita, comida rica! por Pata

Lo mejor de Montañita definitivamente no fue la juerga interminable, los tragos baratos (aunque igual un poco sí), ni los musculosos capeando las olas en la maravillosa playa. Tampoco fueron los miles de vendedores de lentes de sol –que nos ofrecían sus ofertas cada dos segundos–, “los bebes” que aparecían como callampas por todos los rincones del pueblo, ni las pilsener bien heladas.
Un waffle grotesco, pero delicioso, como bajativo para una noche de tour gastronómico.
Lo insuperable de nuestra primera parada a través de la Ruta del Sol fue la comida y la extensa ofertas de jugos naturales y batidos.
Así, nuestro primer almuerzo en la costa fue simplemente una cuestión de estética. Cachando “0” la onda súper-surfer-carretera, evitamos cualquier local demasiado oscuro y entramos a lo que sería nuestro “must” en Montañita: Tiki Limbo.
Lo que más me gustó era el estampado animal print de las mesas-cama, donde en vez de sentarnos, debíamos sacarnos las hawaianas y estirar las piernas para saciar el hambre.
Y lo segundo que más me gustó: el guapito mesero argentino con el que practiqué mis mejores pestañeos a lo Betty Boop.
Mientras planeaba cómo ser una coqueta casual con el rubiecito trasandino, pedí un falafel –una de mis comidas favoritas– y la Muri, una ensalada César –que resultó ser bastante contundente y sabrosa.
Acompañé mi plato con un exquisito jugo de berries, y por supuesto no dudé en probar el de maracuyá pedido por mi acompañante (aclaración: me gané un elogio y una sonrisa por parte del waiter cuando la Muri, al no prestar atención al recital de sabores de jugos, preguntó nuevamente, y yo de inmediato solté el listado que mi tan buena memoria retuvo como si fuera mi número de cuenta bancaria).

“Bueno, churris, algo más?” (léase en ese argentino medio arrastrado y envolvente, no como el inentendible idioma de Joche) Y por supuesto que pedimos un cafecito rico. Yo, un macciato; la Muri, un espresso. Una de las delicias de Tiki Limbo era los buenos cafés que servían.
Tras el almuerzo más lento de mi vida –tardanza planeada cuidadosamente para alargar el momento del adiós con guapito– no hallaba qué más preguntar para que el chiquillo se acercara a la mesa; el wi fi, la cuenta, el baño, y miradas perdidas al horizonte simulando ser el relajo propio de la costa ecuatoriana… Y llegó el momento de recibir la boleta y decir adiós.
En el frontis de Tiki Limbo. Con la esperanza de que guapito argentino apareciera.
-Chao, gracias- dijimos nosotras.
-Chao chicas- se despidió guapito, quien lanzó su sonrisa radiante, como sacándole pica a mi orgullo femenino por no haber logrado conocer su nombre, pero con la satisfacción de habernos transformado en asiduas clientas por los dos días que duró nuestra estadía.