miércoles, 3 de octubre de 2012

Montañita, comida rica! por Pata

Lo mejor de Montañita definitivamente no fue la juerga interminable, los tragos baratos (aunque igual un poco sí), ni los musculosos capeando las olas en la maravillosa playa. Tampoco fueron los miles de vendedores de lentes de sol –que nos ofrecían sus ofertas cada dos segundos–, “los bebes” que aparecían como callampas por todos los rincones del pueblo, ni las pilsener bien heladas.
Un waffle grotesco, pero delicioso, como bajativo para una noche de tour gastronómico.
Lo insuperable de nuestra primera parada a través de la Ruta del Sol fue la comida y la extensa ofertas de jugos naturales y batidos.
Así, nuestro primer almuerzo en la costa fue simplemente una cuestión de estética. Cachando “0” la onda súper-surfer-carretera, evitamos cualquier local demasiado oscuro y entramos a lo que sería nuestro “must” en Montañita: Tiki Limbo.
Lo que más me gustó era el estampado animal print de las mesas-cama, donde en vez de sentarnos, debíamos sacarnos las hawaianas y estirar las piernas para saciar el hambre.
Y lo segundo que más me gustó: el guapito mesero argentino con el que practiqué mis mejores pestañeos a lo Betty Boop.
Mientras planeaba cómo ser una coqueta casual con el rubiecito trasandino, pedí un falafel –una de mis comidas favoritas– y la Muri, una ensalada César –que resultó ser bastante contundente y sabrosa.
Acompañé mi plato con un exquisito jugo de berries, y por supuesto no dudé en probar el de maracuyá pedido por mi acompañante (aclaración: me gané un elogio y una sonrisa por parte del waiter cuando la Muri, al no prestar atención al recital de sabores de jugos, preguntó nuevamente, y yo de inmediato solté el listado que mi tan buena memoria retuvo como si fuera mi número de cuenta bancaria).

“Bueno, churris, algo más?” (léase en ese argentino medio arrastrado y envolvente, no como el inentendible idioma de Joche) Y por supuesto que pedimos un cafecito rico. Yo, un macciato; la Muri, un espresso. Una de las delicias de Tiki Limbo era los buenos cafés que servían.
Tras el almuerzo más lento de mi vida –tardanza planeada cuidadosamente para alargar el momento del adiós con guapito– no hallaba qué más preguntar para que el chiquillo se acercara a la mesa; el wi fi, la cuenta, el baño, y miradas perdidas al horizonte simulando ser el relajo propio de la costa ecuatoriana… Y llegó el momento de recibir la boleta y decir adiós.
En el frontis de Tiki Limbo. Con la esperanza de que guapito argentino apareciera.
-Chao, gracias- dijimos nosotras.
-Chao chicas- se despidió guapito, quien lanzó su sonrisa radiante, como sacándole pica a mi orgullo femenino por no haber logrado conocer su nombre, pero con la satisfacción de habernos transformado en asiduas clientas por los dos días que duró nuestra estadía.

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