lunes, 3 de septiembre de 2012

“¡¿Qué no come carne?!” por Pata


Siempre que digo que no como carne me preguntan si lo hago por una creencia especial, si me dan pena las vacas o algún derivado. Y yo digo: “No. No me gusta la carne”. 
Respuesta acompañada con caras de horror de mis interlocutores. Reacción que me hace recordar a la tía Voula que puso la misma cara de tragedia cuando supo que el prometido no-griego de su sobrina Toula era vegetariano.
“Da igual, da igual. Haré cordero”, resuelve la tía, salvando a Ian del inframundo helénico de la familia griega-norteamerica Portokalos, cuyos únicos objetivos son: cocinar y hacer bebés griegos
Los días de estos inmigrantes se pasan entre el restaurant y la cocina de la casa, donde la matriarca, María, está el día entero preparando exquisitas recetas  para todo momento: para el almuerzo, para después de almuerzo, para la pena, la alegría y sobre todo, para tener la boca ocupada con algo y así evitar hablar de temas conflictivos (como el romance de la hija solterona con el súper gringo profesor).
Athina, la hermana mayor de Toula, cumple a la perfección con las tradiciones de la familia: se la pasa teniendo hijos y preparando diples.
Nico, el menor de los Portokalos, está libre de la presión marital, ya que siendo hombre nunca se le pasará el tren.
Pero la pobre Toula, sufre como hermana del medio. Nunca ha sido inteligente como Athina, ni la favorita de su padre como Nico. Y es Costas, su propio padre que le hace ver que luce vieja y que es tiempo de ir pensando en casarse. Sino, la vida en el restaurant Dancig Zorba y al cuidado de sus padres serán su futuro.
Y que tu propio padre te diga que está preocupado por tu soltería crónica es crítico. Y es lo que hace que Toula, quien siempre ha querido desarrollarse profesionalmente lejos de las ollas y las sartenes familiares, tome una decisión radical: ponerse a estudiar fuera de los dominios de los Portokalos.
Decisión que le cambiará la vida y que le permitirá conocer a Ian Miller, un profesor de secundaria, que la ama tal como es y que está dispuesto a ganarse a su conservadora familia. Sin embargo no será fácil. El guapito (el mismo maravilloso y delicioso Adan, el novio bueno de Carrie Bradsahaw en Sex & the city) es xeno (extranjero) y no será bien recibido ya que el plan por generaciones ha sido: griegos con griegos, y no griegos con no griegos.
Bautizos ortodoxos, ouzos y festines culinarios, serán las pruebas que Ian y su familia (“una tostada seca sin mermelada”), tendrán que pasar para ser aceptados en el pequeño Olimpos de los suburbios de Chicago
.
Lo que me gusta de esta comedia, es que además de darnos la esperanza de que llegue un guapito decente, capaz de luchar por nuestro amor –seamos griegas o no griegas, ni tan flacas ni tan brillantes–, nos entrega esa visión del valor de la familia en nuestras decisiones. Y lo importante que es contar con esos lazos, pero también lo importante de cortar con los mismos cuando los sueños particulares se ven truncados por una tradición que no nos deja ser libres (gracias al cielo que mi mamá hace gala de sus raíces griegas en los bailes y en lo gritona, y no en la obligación hacia su primogénita de tener que casarla o enseñarle a cocinar. Porque ni lo uno ni lo otro se ve muy posible).    

Mi Gran Casamiento Griego (2002), Joel Zwixk   
Una buena película para una tarde de domingo

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