martes, 4 de septiembre de 2012

Cuando la comida se enoja conmigo por Pata

Nota al lector: Soy yo la del problema y no significa que la comida que probemos aquí cause estos estragos.

Enferma o no, son deliciosas!
Siempre se me olvida, pero tenía que terminar en la clínica para acordarme que siempre tendré una guata débil y traicionera. Y que no importa que sea lo que coma o deje de comer, porque puede que se una inocente rebanada de pan termine conmigo tirada en la cama a merced de mi salvador: Viadil.
Ayer fui un día de aquellos –como dice Shakira (en una canción que nada tiene que ver con la comida, pero me sirve la cita). La noche del domingo ya había sufrido las consecuencias de una exquisita comida peruana, que evidentemente sólo a mí me afectó y no al resto de las cinco personas que la disfrutaron conmigo. Sin embargo, el dolor y  las molestias habían bajado durante la tarde de ayer. Pero me ilusioné.
Claramente todo se volvió terrible mientras veía como el patético de Monito le pedía como desesperado matrimonio a la pava de la Cristina. Tal vez fue eso lo que terminó conmigo en la clínica, recibiendo suero y buscapina en una vía inyectada en mi bracito, mientras buscaba algo de esperanza en el doctor. Quien obviamente creyó que era una escolar –o una veinteañera completamente inmadura– gracias a mi poco adulto pijama rosado con ositos y un arcoíris (no tuve tiempo de vestirme mejor, pero por supuesto me puse brillo labial).
Puros deja vu de la historia de mi vida: El año pasado también terminé en las mismas por culpa de unos pedazos de carne y un poco de vino. Y cómo olvidar aquel evento completamente trágame tierra cuando salía por primera vez con la familia de un ex, y fui la única intoxicada por culpa de una, sí una sola, macha a la parmesana (que jamás había probado en mi vida). Lo que obligó a que se suspendieran las vacaciones pre-Año Nuevo y regresáramos a Santiago. Si me agravaba más, morir en el litoral no sería lo mejor para mi potencial familia política que se vería demandada por la mía.
En fin. Jamás ha pasado a mayores. Pero sí he desfilado por todos los doctores que pueden existir. A los que por supuesto no creo nada, ya que mientras unos acusan a mi constante estrés de afectar a mi colon; otros, acusan a la leche de mis desajustes. Cosa imposible, porque si no estaría muerta de tanto tomar yogurt con cereales o cualquiera de sus derivados.
El problema es que cada vez que pasa mucho tiempo sin enfermar, yo creo que he evolucionado y que por fin soy digna de ser una cita normal, confío en mi buena estrella y me entrego a los placeres culinarios. Placer que se me olvida rapidito y me tiene prometiéndome “nunca más”, acostada en una camilla, recibiendo un cóctel de remedios a la vena. 
Así que ahora a puros fideitos blancos y galletas de agua, hasta que vuelva a creer en mi guata mal portada.

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